jueves, 10 de noviembre de 2011

Crecer a veces duele



Mati, mi bebé de ocho meses, cortó su primer diente. Fue de un instante al otro, aunque parezca increíble. Puse mi dedo (maldita costumbre) en su encía hinchada y molesta y nada… segundos después su tía María me daba la noticia, asombrada.
Mati está creciendo, entre risas y carcajadas y mocos y tos, y nebulizaciones y más tos y vómitos, y más risas y más carcajadas, con su único diente como habitante en esa boquita de caramelo que dan ganas de comérselo todo.
Y Larita, mi otro bebé grande, también está creciendo entre planteos asombrosos y caras de películas y llantos y risas contagiosas y su eterno amor por sus primos, pero no lo puede tolerar. No puede tolerar crecer, crecer ella sola y que su hermano siga siendo un bebé, “cómo puede ser mamá que Matías no crezca?!”, claro, es tremendo. Inadmisible.
De ahí sus caprichos, sus gritos que imitan a los de su hermano, sus “Matías es feo/Matías es feo” como un himno entonado con ganas, sus deseos de empujarlo y enviarlo a un sitio donde desaparezca de su vista. Y ella, amor de mi vida, que a los cuatro meses ya tenía dos señores incisivos centrales, me dice con toda seguridad “me duele la boca porque me está saliendo un diente” y yo, sin saber si hago bien, no la contradigo, le hago masajitos y la mimo porque entiendo su amor expresado en esos términos, porque sé que se le ha partido el corazón con la llegada de ese bebote precioso y aún no sabe cómo solucionarlo, y por sobre todas las cosas porque yo también fui la más chiquita, la más mimada, la más todo, hasta que dejé de serlo cuando llegó mi querida hermanita María Belén!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!


Fer (te dejaron bajo la mesa, así me decían los muy chotos)

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