lunes, 29 de marzo de 2010

Paren el mundo, me quiero bajar


Crecer para mí, significaba llegar, con sólo estirar los brazos, al último estante del modular; o acostarme en el sillón, estirar las piernas y tocar el apoyabrazos con los pies, sin esfuerzo. Esos objetos eran mi parámetro de medición y era feliz si no los alcanzaba. No quería crecer.
La sola idea de soportar los elásticos del corpiño presionando mi piel me parecía abominable; me resultaba repugnante el olor de la cera depilatoria que usaban mis hermanas y detestaba la película Quisiera ser Grande.
Decreté inconcebible el hecho de tener novio antes que mi hermana Erika y me enorgullecía de pies a cabeza diferenciarme de ella sólo por un pequeño gran detalle: yo, no me había convertido en “señorita”. Seguía siendo, junto con mi hermana menor, la mimada de la familia.
Hasta que una mancha roja y cruel me avisó que había crecido. Que horror! No me podía estar pasando eso justamente a mi! Por qué no le pasaba a mi vecina que contaba los días en el calendario para que “eso” sucediera? Pero no, ahí estaba yo, rogando que fuera algo pasajero, pidiéndole a Dios que se me pasara, que volviera el tiempo atrás.
Para desgracia de mi único hermano varón, no estaba mi mamá, por lo que corrí a abrazarlo envuelta en llanto, desesperada, como si estuviese a punto de morir. Todavía me acuerdo de su cara de asco, de sus ojitos verdes desorientados y de sus brazos envolviéndome sin ganas, resignado. Pobre, él no tenía la culpa de lo que estaba aconteciendo y sin embargo, yo lo estaba aprisionando, mucho más fuerte que los elásticos del bretel a mis hombros-
Cuando por fin lo solté, comprendí que el mundo había cambiado a partir de ese momento y para siempre. Todos me felicitaban, como si antes de ser eso en lo que me había convertido, hubiese sido un animalito de Dios. Yo los miraba enojada y confundida. No había razón alguna para alegrase de la desgracia ajena.
Hoy, como mujer, veo a la nena que fui, y la entiendo. Todo lo nuevo asusta. Pero crecer es parte del maravilloso proceso de la vida. Y si pudiera hablarle, le diría lo que nadie me supo decir: tranquila, mi amor, lo que estás experimentando es el milagro de la vida.

Fer (retro spectiva)

martes, 23 de marzo de 2010

Nada es lo que parece


Siempre odié ser “la nueva”. Desde chica, desde siempre. Es un rol complicado, incierto y agotador.
Era julio del año 1987, yo tenía seis años y era la nueva en una escuela de guardapolvos blancos y desabrochados, chicos corriendo enloquecidos y maestras gritonas que contrastaba de cabo a rabo con mis zapatos recién lustrados, mi pelo recogido bien tirante y mi delantal blanco impoluto y perfectamente planchado por mi mamá.
En el primero de los dos recreos que teníamos, un compañerito se me acerca y me da un corazón rojo, chiquito, hecho en papel; nunca le dije gracias, en cambio lo miré furiosa y roja de vergüenza fui directo hacia el tacho de basura donde lo dejé caer, indignada. Qué tanto. Cómo se atrevía. No me había dicho ni hola y ya me entregaba un corazón.
Él me miraba sin entender mi enojo, sin hacerse cargo de su desfachatez.
Toda esa barbarie era demasiado para la nena recién llegada de un colegio de monjas en Tucumán que era yo.
Cuando entramos al aula, no podía ni mirarlo, estaba paralizada. Me senté sola en el banco, intentaba concentrarme, pero no podía. El corazón ocupaba el cien por ciento de mis pensamientos.
Al día siguiente, una compañera me pregunta "por qué no viniste ayer al cumpleaños de Fulanito?"
Recién ahí me di cuenta que el corazón no había sido una demostración de amor, sino una ridícula tarjeta de invitación.

Fer (avisaaaaaaaaa)

jueves, 11 de marzo de 2010

Hasta Siempre


No puedo continuar las Crónicas como si nada hubiese pasado, como si tantos corazones no estuvieran destrozados antes la pérdida irremediable de un ser tan querido como fue y es Luciano Di Nicola.
Entonces elegí escribir ésto para poder seguir escribiendo otras cosas luego, aunque ya nada sea igual nunca más.
Si tuviera que explicarle a alguien que no lo conocía, cómo era Luciano, el primer adjetivo que viene a mi mente es CARITATIVO, y los que lo conocíamos seguramente coincidimos.
Luciano era un ser enormemente bondadoso, preocupado por el prójimo más necesitado, por los pobres, los desamparados, los sectores más vulnerables. Fue un ser coherente hasta el último día de su vida, que medida en tiempo fue corta, pero en acciones sociales, será eterna.
Luciano se la pasaba haciendo cosas, literalmente; y un día suyo eran cuatro de cualquier otra persona. Daba clases en los Talleres Oficio, misionaba acá y en otros países, era catequista, difundía la cultura y las artesanías de los aborígenes de Formosa, comenzaba a transitar el camino de la política, era un convencido de que si se trabajaba duro, podía lograse la igualdad entre los seres humanos.
Luciano se describía a sí mismo como un soñador, y vaya si lo era. Soñaba con un mundo más justo, con una Latinoamérica unida, con que se respetara el derecho a vivir dignamente. Y lo admirable de todo eso, es que él realmente accionaba sobre esos sueños, concreto, al grano.
Cuántas veces lo ví cargando ropa, juguetes, cajas y cajas en su camioneta, todo destinado a los que nada tienen. En cuántas ocasiones lo encontré llegando de un viaje, agotado, pero feliz; siempre con una sonrisa a flor de piel, con un sombrero distinto en su cabeza, con unos pantalones coloridos, con su cruz misionera colgando del cuello.
Luciano era un ser de luz, y esa luz es la que nos va a alumbrar el camino para poder seguir adelante.
Lucho querido, siempre estarás en nuestros corazones. Y tu siembra dará abundantes frutos porque vos demostraste que en un mundo lleno de injusticias y desigualdades, con esfuerzo y convicción, podemos torcer la balanza a nuestro favor.

Fer