jueves, 20 de enero de 2011

Cosquín, Cosquín


Siempre, en esta época del año, me agarra la melancolía de mis veranos en Cosquín.
Enero para mí, es Cosquín, desde que tengo memoria. Pasamos noches tan lindas de chicos, saltando de butaca en butaca en la Plaza del Festival, mientras los grandes disfrutaban de zambas, chacareras, coplas y tanta música acompañada de bombos y guitarras sonando hasta llegar a las sierras, encontrándose con el amanecer.
Las tardes que pasábamos nadando en el mismo río que vio a mi papá cruzarlo agarrado de la cola de un caballo en plena creciente, cuando aún no debería haber superado los dedos de una mano en edad.
Las meriendas de chocolatadas y pastelitos de membrillo, con el apetito agigantado mil veces por el agua.
Los frascos al por mayor de “Nopucid” por la visita de seres extraños en nuestras cabezas.
La casa de mis abuelos, testigo silencioso de tantas historias.
Los amores de verano, que daban la sensación de ser eternos y después nos apuñalaban el corazón cuando llegaba marzo.
Mis primas, compañeras infatigables de tantos eneros compartidos.
Mi abuelo Eloy, sentado en la vereda, mandándonos a comprar helados “sin parar” para todos.
Los fuegos artificiales en cada luna del Festival.
Los sapos saltando en los cordones de las veredas.
La Despensa García, con sus latas que dejaban ver qué galletita había dentro porque tenían un redondel de vidrio en el frente.
Las uvas de parra del tío Paco, que eran más ricas porque las robábamos.
Los peces diseccionados para extraerles la vejiga natatoria, sin más fin que el daño y la curiosidad.
Ahora, que las visitas son fugaces y esporádicas, adoro que Lara me recuerde con su memoria de elefante, cuando estuvimos en “la montaña”, en la casa de la abuela Haydeé.

Fer (Aaaaaquiiiiiiii Cosquiiiiiiiiiiiiin)