miércoles, 21 de diciembre de 2011

Feliz en mi día!

Cumplir años en diciembre no está tan bueno para los demás; o sea, el año tiene doce meses y uno justo vino a nacer en el último, para que todos se quejen de que es un mes de muchos gastos, que los shoppings desbordan de gente, que justo la tarjeta que hasta hace un mes atrás daba descuentos guauuuuu, decidió no continuar con los miércoles mujer y los re cagó a todos los usuarios.
A mi me gusta decir que soy sagitariana, aunque ni crea en los signos, me gusta haber nacido en diciembre, a pesar de la queja colectiva de los gastos; me gusta porque hace calorcito, porque siempre en mi cumpleaños el arbolito y el pesebre están armados, porque la casa está llena de luces de colores, porque estoy con las personas que quiero, porque es hermoso seguir teniendo motivos para brindar y excusas para abrazar y vida para agradecer.
Este año se suman ausencias irremplazables, pero cuento con la presencia estelar de mi pequeño Matías, que el año pasado estaba en la panza, dando patadas de toro enloquecido y ahora anda gateando más rápido que el Rayo Mc Queen, y junto a Larita, mi hija loca y hermosa, le dan sentido a mis días.
Es cierto que cumplir años tan cerca de la nochebuena, hace impostergable el festejo, cae el día que cae y hace años que no cae ni viernes, ni sábado, ni domingo, pero no importa, este martes está lleno de sol.

Fer (felicidad)

miércoles, 14 de diciembre de 2011



“Caraaapaaachchchaaaaay… Carapachay… Muuuuuuuuunnnnnnnro… Flooooooooriiiiiida”, así fue el pequeño aprendiz, leyendo una a una las estaciones hasta llegar a destino.
Algunas eran difíciles, Aristóbulo del Valle le costó mucho, y la S de Scalabrini Ortiz, fue todo un tema, pero cada vez que lograba repetirlas de corrido, era una felicidad absoluta. Su mamá lo felicitaba orgullosa y él sonreía, con la boca llena de ventanitas.
Inmediatamente recordé cuando yo estaba transitando el mágico universo de comprender la palabra escrita, recuerdo el momento exacto en que todo dejó de parecerme un jeroglífico para transformarse en algo con sentido. Todo había tomado sentido a partir de ese después; los carteles en la calle, los cuentos, el diario, las cartas que le dictaba a mi mamá para enviársela a mi señorita de primer grado, no por chupamedias, sino porque nos habíamos mudado de planeta en plenas vacaciones de invierno y mi otra mitad había quedado entre los cerros tucumanos, y era imperioso para mí, que se enterara cuánto la extrañaba.
Entonces mi mamá escribía las cartas que yo no podía escribir, hasta que pude y nunca dejé de hacerlo. La escritura y la lectura fueron de la mano desde esa primera infancia, donde no existían los emails, ni los celulares, ni el Facebook; sólo el teléfono fijo que era caro y escaso.
Pero existía, como siempre, la distancia que se hace insoportable cuando uno es tan sentimental. Y gracias a eso, a la conjunción de lejanía y afectos, es que me he convertido en esto que soy ahora, una compulsiva lecto escritora. O algo así.
Amaba leer en voz alta, rogaba que la señorita me eligiera para hacerlo, sin equivocarme ni una sola vez; respetando a rajatabla las puntuaciones, diferenciando las pausas entre un punto y un punto y coma, dándole entonación a los textos… y cuando le pifiaba en algo, sentía que todo mi esfuerzo había sido en vano, y estaba segura de que mi error era la consecuencia de la fuerza mental que hacía mi compañero Hernán Brest para que me equivocase, porque él también leía muy bien y no quería que yo lo hiciera mejor.
Ahora sólo leo en voz alta los cuentos para que Lara se duerma, se los leo porque ella todavía no sabe hacerlo, porque la lectura es un placer que se transmite, porque yo adoraba cuando mi mamá lo hacía y porque sé, fervientemente, que ella lo disfruta tanto como yo.
Fer (Lo que más recuerdo de “Mujercitas” es que Beth murió de escarlatina)

viernes, 2 de diciembre de 2011

Son unas jodidas

Anoche tuve miedo. Miedo de que mi casa volara por los aires por Buenos Aires. En el cuasi segundo piso donde vivo, todo se dimensiona; si llueve, arriba parece que diluviase, si hace calor, sentís que estás en la mismísima hoguera, si hace frío, en la Antártida. Y cuando hay viento, un poco más del normal, las ventanas se sacuden feo. Bailan como locas el ritmo que ellas quieren, hacen ruidos, pero no ruidos comunes, hacen un buuuuuuuuuuuuuuuu capáz de asustar a una mujer adulta, que no le teme a nada.
No es joda, para mí que ese concierto desafinado, desafiante y escalofriante, está empecinado en quitarme el sueño. Intento abstraerme, elevarme, poner la mente en blanco, pero mi objetivo de dormir se posterga, hasta que cesa el estruendo, hasta que termina el diálogo entre el ventanal del comedor y las ventanas de la cocina; entre las de mi habitación y la de los nenes; me propuse que mi desvelo no sea en vano y en un intento desquiciado, logré captar algunas frases sueltas que transcribo a continuación: “esto está buenísimo” “mañana va a estar cagada de sueño” “juaaaaaaaaaaa” “sisiis, sigamos haciendo ruido así se despiertan Lara y Matías y ahí la quiero ver”.
Entonces, con el tono más imperativo que pude impostar con siglos de cansancio encima, les dije: Déjense de joder, las descubrí! bajé y no es tan fuerte el viento, ustedes, manga de exageradas, aprovechan cualquier brisa para desvelarme… en eso se hizo un silencio, que me valió un soplo en el puño y un frote por el pecho, me felicité, qué genia soy. No alcancé a terminar con el gesto del triunfo, que comenzaron a reírse de nuevo.
Ma´si! mejor sigo viendo Pura Química y espero a que llegue la “pregunta ética” que me encanta.
Fer (y voló/voló)