viernes, 30 de enero de 2009

(Buenos) AiresAcondicionados

Lo que más detesto del centro porteño, es la contradicción que me genera con respecto a los aires acondicionados en verano. Paso a explicar.
Contradicción porque por un lado, la sensación de asfixia es aterradora. Los colectivos que circulan son del año dos antes de Cristo y no conocen de ecología ni de nada relacionado con preservar el medio ambiente; de casualidad todavía pueden andar dejando una humareda negra que da la sensación de que el Apocalipsis está cerca.
Los edificios altos, uno al lado del otro, hacen que ese mismo aire contaminado no pueda escaparse, sino que se impregne en nuestros pobres pulmones, que si podrían hablar, nos pedirían a gritos huir despavoridos.
Y ni mencionar la gente, enloquecida, apurada, corriendo quién sabe qué maratón; los vendedores ambulantes, los bares, las veredas angostas, el asfalto, las repavimentaciones en pleno enero, tribunales, abogados, carpetas, legajos, y más vendedores ambulantes y más gente y encima…el calor. Por todo lo mencionado, la necesidad de los benditos aires acondicionados convierte a éstos en un objeto preciado, en un tesoro invaluable cuando el termómetro marca los 38º .
Pero, he aquí la contradicción, estar caminando por el centro (con todo lo que eso implica) y que cada dos pasos te caiga en la cabeza una gotera de agua sucia y caliente me pone extremadamente furiosa. Hago un paso y zas! la gota me da justo en el medio de la cara, con tranquilidad (porque recién comienza el día), me la seco y sigo caminando. Después, ya previendo lo que va a suceder, trato de esquivar el próximo y amenazante chorro de agua (porque ya no son simple gotas) y noooo!!!! Me moja la cabeza! Cómo puede ser???!!!!!!!!!!!! Esto de andar jugando al carnaval sin mi consentimiento me pone de mal humor. Malditos aires acondicionados!
Antes, cuando era una novata en andar por el (micro) centro, me asombraba que lloviznara estando el cielo absolutamente despejado, pero ahora, ya no me dejo engañar. Sé muy bien quiénes son los culpables de esta ira que me invade. Tiene nombre y apellido: AIRES ACONDICIONADOS con mayúscula y en plural. Que sufren la incontinencia de quienes no pueden retener la orina y peor aún, porque andan desparramando sus fluidos impunemente, sin que nadie pueda hacer nada.
Y ahora que reflexiono sobre este asunto, no es rara esta contradicción, porque estos aparatos modernos (no los viejos, queda claro) están compuestos por dos partes. “La buena” (que es la que va dentro) y “la Mala” (que es la que da al exterior). Ahora entiendo todo. Ufffffffffff! Cuánto mejor me siento.


Fer

jueves, 29 de enero de 2009

Padres Primerizos




Como muchos padres primerizos, yo no fui la excepción.
Busqué nombres en cuanta página de Internet encontré (no se gasta plata en comprar esos libritos), leí todos los artículos de embarazadas para ver si era normal que mis pies se hincharan como una empanada, que no pudiera dormir de noche, que mi cintura (o lo que quedaba de ella) estuviera destrozada, o si mi caso era único y perdido.
Para mi tranquilidad, supe que las embarazadas retienen líquidos, que la sal hace que esos líquidos se retengan aún más y que, aunque suene paradójico, a esa retención, se la combate con dos litros de agua por día. Que la panza hace que la única forma posible para dormir sea boca arriba (aunque se alterne de ambos costados) y que el dolor de cintura es lo más normal del mundo, cuando el envase es chico y el contenido grande. Asombroso.
Me suscribí en distintos sitios donde me enviaban, semana a semana, cómo iba creciendo mi bebé dentro de la panza, y traté, en vano, de comprender tanto milagro a sólo centímetros de mi piel.
Busqué las mil maneras de saber qué probabilidad genética iba a tener la criatura de heredar los ojos azules del padre. Los porcentajes me atormentaron: 35% ojos marrones, 48 % de otro color, 17% azules. De-vas-ta-dor. Después comprobé que la minoría, esta vez, ganó por goleada porque Lara tiene unos faroles tremendamente azules.
Leí muchas cosas útiles, pero muchísimas otras absolutamente inservibles. Consejos absurdos imposibles de poner en práctica, a menos que dispongas de una suma importante para derivar al cuidado del cuerpo (antes y después del parto obvio).
Fui, sin ninguna opción, al curso de pre parto, y tuve que soportar tanta estupidez concentrada, que fue increíble salir ilesa. Presencié preguntas que se respondían solas, inquietudes de otras galaxias y padres idiotizados por sus esposas insoportables. Ahí me di cuenta de que todo es tan simple y me costó entender por qué, en general, la gente se preocupa en complicar la vida, como si la simpleza le quitara importancia a las cosas.
Yo, particularmente, viví un embarazo sin demasiadas alteraciones (salvo las mencionadas más arriba). No tuve vómitos, ni náuseas, ni mareos, ni antojos, ni nada relacionado con el hecho de tener una persona dentro. Haber roto bolsa en mi casa a las 2 de la mañana luego de un eclipse de luna, fue lo más hermoso que me había pasado hasta ese momento. Y ni hablar del nacimiento. Pura felicidad.
A pesar de los miedos naturales de lo desconocido, hice lo único que debía hacer: pujar. Pujar con fuerza, concentrada sólo en la respiración y en mi bebé, que necesitaba de mi ayuda para nacer. Y así fue como Lara vino a este mundo. Hermosa, enchastrada, violeta y con la cabeza ovalada, según dijo el papá, quien tuvo el privilegio de tenerla en brazos esos primeros instantes de vida.
No tuve depresión post parto, no extrañé la panza que ya me impedía hacer cualquier movimiento arriesgado como ser atarme los cordones de las zapatillas o simplemente, caminar medio metro sin agitarme. Ya la tenía conmigo, ese era mi mejor recompensa por haber estado deforme casi 9 meses.
Mi cuerpo volvió milagrosamente a la normalidad y hasta el día de hoy, me asombra cuánto puede estirarse la piel y volver a ser lo que era, sin dejar ni rastros siquiera de lo que antes hubo.

Pasados los cuatro meses luego de que naciera nuestra bebé, vivíamos en un dos ambientes, muy lindo, decorado a nuestro gusto, pero dos ambientes al fin. Y mientras las revistas y las páginas de Internet publicaban cómo elegir la mejor decoración para el cuarto de tu bebé de acuerdo a las últimas tendencias de la moda, yo me mataba pensando cómo iba a hacer para que la practicuna (quien fue nuestra mejor aliada) entrase en los pocos metros que quedaban entre nuestro sommier y la mesita de luz. Me convertí en una malabarista subiendo y bajando el cochecito con bebé y perro incluido, por las escaleras angostas que separaban el departamento del exterior. Y cuando el “huevito” comenzó a juntarse con las sillas y las sillas con el carrito y el carrito con nosotros, caí en la cuenta de que la necesidad de una mudanza era inminente.
Y así fue… cuando llegamos al nuevo hogar, casi tres veces más grande que el anterior, nos invadió el misterio de cómo habíamos hecho para tener tantas cosas dentro de 38m2! Y ahí si pudimos decorara el cuarto, sin ninguna revista de por medio, para que Lara tuviese su espacio (y nosotros el nuestro).
Ser padres no es tarea fácil, pero no tengo dudas de que es lo mejor que pude pasarnos como seres humanos. Eso sin contar las noches de insomnio, los llantos incesantes, los benditos cólicos y demases. Pero eso ya entraría en otro capítulo. Por ahora, elijo, quedarme con lo lindo.


Fer

Reencuentro


Ayer, volviendo en el tren, del trabajo a casa, como bien decía el Gral., presencié el reencuentro de dos extraños (no entre ellos, obvio, sino para mí) que no se veían desde hace 19 años; y lo que me atrajo de ese reencuentro, no fue el reencuentro en sí, porque no me estaba ocurriendo a mí, sino que NO haya ocurrido por feisbuc!!!!!!!!!!!!!!!!!!! Increíble!!!!!! Se estaban viendo cara a cara, después de 19 años! Se estaban abrazando con un afecto que dejaba entrever que se habían querido mucho. Que se habían extrañado y vaya a saber por qué caprichos del destino, se habían dejado de ver. Pero estaban ahí, contándose la vida enfrente mío y me era imposible serle indiferente a tremendo acontecimiento.
El libro que estaba en mis manos, fue mi cómplice más oportuno para hacerme la distraída cuando en realidad, lo único que me interesaba era saber de esos dos seres, de unos cincuenta largos, que hablaban con una efusividad que sólo dan a las palabras, las emociones fuertes.
Pude saber que ella seguía viviendo en el mismo lugar, que la casa está inhibida y por eso no la pueden vender, que él hacía mucho que no pasaba por ahí, pero que también sigue en el mismo lugar, Carapachay, a tres cuadras de la estación. Cada tanto se hace un silencio como si les costara compactar lo vivido en los 25´ minutos que durará el viaje, pero después vuelven al ruedo; ella le cuenta que Silvana tiene un nene de 3 años, hermoso. Y yo no sé quién será Silvana, quizás sea la hija y con eso, le esté queriendo decir que fue abuela. Debe haber sido eso porque él la mira asombrado y con ojos de nostalgia, como si hubiesen sido algo antes, como si él siguiera enamorado (suponiendo que lo haya estado alguna vez, estoy casi segura de que si) y hubiese estado esperando años ese momento. Diecinueve para ser más exactos. Y estaba ocurriendo en ese instante, martes 27 de enero de 2009, 17.45 horas de una tarde nublada, linda, fresca a pesar de estar en pleno verano.
De repente me sentí una privilegiada. Cuántas personas presencian, hoy en día, un reencuentro? Si bien es cierto que los protagonistas eran ellos, yo también lo estaba siendo a mi modo, como espectadora. Y pensé, todo lo que la tecnología nos ha quitado (y dado también, por contraposición). Hace mil años (bueno, en realidad no tantos) que nadie me escribe una carta manuscrita, a puño y letra, como Dios manda. Con todas las personas que me encontré en el último año fueron por intermedio del feisbuc, y todas las historias de encuentros que escuché en este último año, fueron por el mismo medio. Y las emociones pasan por los signos de admiración, pero no por la piel. La historia se relata respondiendo signos de pregunta, sin ver los gestos que el relato produce. Estamos todos divinos, porque subimos las fotos donde mejor salimos, con nuestra mejor sonrisa y las patas de gallo y las pocas canas, ni se llegan a ver.
Pero ese hombre y esa mujer estaban viéndose tal cual eran, con todo el peso de los años encima, que a ambos le sentaban hermosamente. Se hablaban y quizás, hasta hayan percibido el ritmo de sus respiraciones, agitadas en el esfuerzo de contarse la vida. Qué lindo.
Ella se bajó en Munro, él, conmigo, en Carapachay. Sólo una estación de tren había separdo tantos años de ausencia. Sólo una.
Cuando estaba caminando hacia el otro lado de la vía nuestras miradas se cruzaron y creo que pudo percibir que le estaba dando las gracias por esta historia.

Fer