martes, 12 de marzo de 2013

Alicia en el país de la kinesiología


Alicia tiene la voz gruesa, como de fumadora de muchos años. Y mal carácter, sobre todo Alicia tiene mal carácter. Por lo que dicen los diplomas colgados en todas partes, Alicia es médica kinesióloga e hizo un montón de cursos, cursillos, doctorados y una lista bastante larga de etcéteras y a estas alturas, ya debe ser una experta en pie plano, juanetes y huesos en mal estado.
El consultorio de Alicia tiene un perfume penetrante, de esos que salen de un aparatito cada cinco minutos y a mí me hace doler mucho la cabeza. Porque el espacio es reducido y porque bueno, yo suelo sufrir de migrañas.
Yo voy al consultorio de Alicia básicamente porque su consultorio queda a pocos metros de mi trabajo, es decir por practicidad. No porque me agrade hacer mi rehabilitación es ese lugar.
La primera vez que llegué, escuché desde la sala de espera la conversación telefónica que Alicia (luego supe que a ella pertenecía esa voz) mantenía con un colocador de alfombras. No es que la escuché de chusma, no no no, la escuché porque Alicia se encargó de que la oyeran hasta los electrodos y el magneto.
Alicia estaba reclamando a los gritos que vengan a revisar la alfombra, que estaba pésimamente colocada, que nunca jamás le había pasado algo así, que bla, bla, bla. Cuando pasé al box, la chica que me ponía los aparatitos en el pie ponía cara como de vergüenza ajena. Pero no decía nada porque estaba muy claro que Alicia era su jefa, la dueña de ese departamento perfumado al punto de jaqueca.
Al día siguiente, mientras estaba en la camilla, viene el colocador de alfombras y Alicia estaba hecha una furia. Le decía –le gritaba- que a ella jamás le había pasado algo así (frase que luego escuché en repetidas oportunidades), que la alfombra estaba mal cortada, mal colocada, que era un desastre. Y el loquito del colocador estaba más furioso que Alicia porque él también le decía a los gritos que qué pretendía si había comprado una alfombra de segunda, que la había pagado 40% menos, que de qué se quejaba. El chico que estaba conmigo me miró con la misma mirada de vergüenza ajena de la otra chica el día anterior y resoplaba como cansado de Alicia. Es que a leguas se ve que Alicia debe ser una JJ (Jefa Jodida).
Los días siguientes, el tema de la alfombra seguía en el aire, pero ya se había instalado otro de un equipo que funcionaba mal y tenían que verlo de la garantía y Alicia continuaba diciendo que nunca antes en la vida le había pasado. Se ve que en esos días a Alicia le pasaron cosas que nunca antes le habían pasado y yo las escuché todas juntas o quizás sea que Alicia sea un poco tremendista.
Lo cierto es que Alicia será médica kinesióloga pero se la pasa hablando por teléfono, mandoneando a los empleados, retándolos a cada rato delante de todos y yo temo por su vida. Porque la última vez que estuve en su consultorio la persona que me había tocado ese día también hizo caras como las otras dos, pero ésta, en lugar de no emitir sonido, o resoplar, dijo entre dientes “Alicia me tenés las bolas llenas, en cualquier momento te doy con el electrodo por el…” me pareció un poco fuerte reproducir lo que sigue, pero yo juro que lo escuché.
Fer (con bota ortopédica aún)      

miércoles, 20 de febrero de 2013

El regreso de la Lic. ElizabeTH

Les dejo el Link del video de la Licenciada Elizabeth para que lo disfruten. Sea Ud. siempre bienvenida Licenciada!!!!

http://www.youtube.com/watch?v=cFtAccRwcXU

lunes, 18 de febrero de 2013

Por eso corre, corre, corre corazón ...


Yo no sabía que el corazón pudiera latir con tanta fuerza. O sí, porque muchas veces lo sentí a todo galope, pero no sabía que pudiera latir con tal intensidad por eso.
Quizás porque nunca lo había experimentado, quizás porque nunca imaginé que fuese a suceder. Pero lo cierto fue, que mi debut al volante en plena ruta patagónica, significó para mí una muestra gratis (o no tanto) de lo que somos como sociedad, un cachetazo de cara a la realidad.
Ya saben, los que me conocen, que manejar para mí siempre fue un acto heroico, me creía incapaz de lograrlo hasta que me lo propuse y si bien para algunos puede ser considerado una nimiedad frente a las grandes hazañas del universo, para mí haber obtenido el registro fue el ejemplo más tangible de la relación entre las palabras querer y poder. De eso ya han pasado varios años.
Durante este tiempo mi experiencia fue urbana, nada extraordinario. Pero este verano, cambié (sin más opción que un sí como respuesta), mi cómodo lugar de copiloto por el de piloto, dejando las ojotas en el bolso y calzándome zapatillas que se ajustasen a la situación: por primera vez en mi vida iba a manejar en ruta.
Fui al baño, y con todos mis temores a cuestas, me puse frente a frente a mi pequeña Lara y le dije: “hija, ésta va a ser la primera vez que mamá va a manejar en ruta y necesito estar tranquila, así que por favor te pido co la bo ra ción”. Ella me miró, cómplice y me dijo que iba a portarse bien.
Subí al auto, volante en mano y arranqué. El primer monstruo con el que me crucé era un camión que cargaba troncos que a su vez, los parantes para que éstos no se cayeran, eran otros troncos, y daba la impresión de que en cualquier momento se vendrían encima de nosotros. Entonces  aceleré, y en ese mismísimo instante tuc tuc tuc tuc tuc sentí cómo el corazón me latía con fuerza, decidido a dejarme sin aliento. Seguí acelerando hasta pasar el monstruo, su carga y mis miedos y de nuevo a la paz del horizonte infinito que duraría apenas unos minutos.
En esos kilómetros que transcurrieron más o menos al mismo ritmo, planicie, acelere, planicie, pude observar no sólo el mal estado de la ruta, sino la soberbia humana de creerse indestructible. Las camionetas enormes y modernas nos pasaban como flechas, aún sin la certeza de saber si llegarían a calcular la distancia del vehículo que venía de frente. Más de una vez tuve que bajar la velocidad para hacerles lugar y lamenté enormemente el hecho de ir tan de prisa, vaya a saber por qué motivos.
Estaban también los buenos, los respetuosos y los solidarios. Pero son los otros los que producen los desastres, arrastrando con maniobras imprudentes a quienes no están corriendo ninguna carrera contra el tiempo.
No quiero, aunque bien podría, hacer una campaña de concientización de manejo responsable, pero quizás el hecho de haber sufrido un accidente en plenas vacaciones en El Bolsón, por culpa de una irresponsable, fue lo que me motivó a escribir estas líneas. Pero la ruta, ahora lo entendí, es como la vida: hay que saber esperar, dar paso, estar atentos, ser precavidos, observar y sobre todas las cosas, respetar.
Ojalá todos entendiéramos el manejo en estos términos.

F. (de Fangio)