lunes, 20 de enero de 2014

Patear el tablero


Haber pateado el tablero de familia tipo, me lleva a reflexionar a cerca de todos los tableros que me gustaría patear y no puedo o simplemente no tengo el coraje para hacerlo. Porque sería maravilloso vivir del aire, pero hasta eso está contaminado.
Y si, claro, que uno hace la cuenta (la maldita cuenta) de que en este país traer un hijo más al mundo no es fácil. Partiendo de los escasos tres meses que nos otorgan a las madres para poder estar con nuestros bebés sin tener que volver a trabajar (y en el medio, reclamar en la Anses  que nos liquiden el sueldo correctamente) y continuando con un sistema de salud y educación pública colapsado y su versión privada casi prohibitiva para muchos; con la falta absoluta de posibilidades de acceder a una vivienda propia porque para ser merecedora de un crédito, hay que demostrar que no lo necesitás. Por eso, lo único que me propongo en mi paso por esta vida es inculcarle a mis hijos los mismos buenos valores que mis padres me han inculcado a mí, que valoren los días que Dios nos regala como tesoros únicos e irrepetibles, que sean personas de bien y que hagan el bien cada vez que tengan la posibilidad y que sepan, sin un mínimo lugar a dudas, que los amo inmensamente y que ese amor es el hilo invisible e inquebrantable, que nos salvará de las desdichas, de nuestras propias miserias y de todas las ausencias.
Por todo esto, por este puñado de pensamientos achicharrados de calor, es que celebro estar viva, conviviendo con mis contradicciones, conectándome con mis pasiones, extrañando a mis muertos, diciéndoles a los que quiero cuánto los quiero y sobre todas las cosas, animándome, una y otra vez, a salirme del molde de budín inglés que está ahí, amenazante dentro del horno.

Fer (se me saltó la térmica)