lunes, 20 de enero de 2014

Patear el tablero


Haber pateado el tablero de familia tipo, me lleva a reflexionar a cerca de todos los tableros que me gustaría patear y no puedo o simplemente no tengo el coraje para hacerlo. Porque sería maravilloso vivir del aire, pero hasta eso está contaminado.
Y si, claro, que uno hace la cuenta (la maldita cuenta) de que en este país traer un hijo más al mundo no es fácil. Partiendo de los escasos tres meses que nos otorgan a las madres para poder estar con nuestros bebés sin tener que volver a trabajar (y en el medio, reclamar en la Anses  que nos liquiden el sueldo correctamente) y continuando con un sistema de salud y educación pública colapsado y su versión privada casi prohibitiva para muchos; con la falta absoluta de posibilidades de acceder a una vivienda propia porque para ser merecedora de un crédito, hay que demostrar que no lo necesitás. Por eso, lo único que me propongo en mi paso por esta vida es inculcarle a mis hijos los mismos buenos valores que mis padres me han inculcado a mí, que valoren los días que Dios nos regala como tesoros únicos e irrepetibles, que sean personas de bien y que hagan el bien cada vez que tengan la posibilidad y que sepan, sin un mínimo lugar a dudas, que los amo inmensamente y que ese amor es el hilo invisible e inquebrantable, que nos salvará de las desdichas, de nuestras propias miserias y de todas las ausencias.
Por todo esto, por este puñado de pensamientos achicharrados de calor, es que celebro estar viva, conviviendo con mis contradicciones, conectándome con mis pasiones, extrañando a mis muertos, diciéndoles a los que quiero cuánto los quiero y sobre todas las cosas, animándome, una y otra vez, a salirme del molde de budín inglés que está ahí, amenazante dentro del horno.

Fer (se me saltó la térmica)

martes, 12 de marzo de 2013

Alicia en el país de la kinesiología


Alicia tiene la voz gruesa, como de fumadora de muchos años. Y mal carácter, sobre todo Alicia tiene mal carácter. Por lo que dicen los diplomas colgados en todas partes, Alicia es médica kinesióloga e hizo un montón de cursos, cursillos, doctorados y una lista bastante larga de etcéteras y a estas alturas, ya debe ser una experta en pie plano, juanetes y huesos en mal estado.
El consultorio de Alicia tiene un perfume penetrante, de esos que salen de un aparatito cada cinco minutos y a mí me hace doler mucho la cabeza. Porque el espacio es reducido y porque bueno, yo suelo sufrir de migrañas.
Yo voy al consultorio de Alicia básicamente porque su consultorio queda a pocos metros de mi trabajo, es decir por practicidad. No porque me agrade hacer mi rehabilitación es ese lugar.
La primera vez que llegué, escuché desde la sala de espera la conversación telefónica que Alicia (luego supe que a ella pertenecía esa voz) mantenía con un colocador de alfombras. No es que la escuché de chusma, no no no, la escuché porque Alicia se encargó de que la oyeran hasta los electrodos y el magneto.
Alicia estaba reclamando a los gritos que vengan a revisar la alfombra, que estaba pésimamente colocada, que nunca jamás le había pasado algo así, que bla, bla, bla. Cuando pasé al box, la chica que me ponía los aparatitos en el pie ponía cara como de vergüenza ajena. Pero no decía nada porque estaba muy claro que Alicia era su jefa, la dueña de ese departamento perfumado al punto de jaqueca.
Al día siguiente, mientras estaba en la camilla, viene el colocador de alfombras y Alicia estaba hecha una furia. Le decía –le gritaba- que a ella jamás le había pasado algo así (frase que luego escuché en repetidas oportunidades), que la alfombra estaba mal cortada, mal colocada, que era un desastre. Y el loquito del colocador estaba más furioso que Alicia porque él también le decía a los gritos que qué pretendía si había comprado una alfombra de segunda, que la había pagado 40% menos, que de qué se quejaba. El chico que estaba conmigo me miró con la misma mirada de vergüenza ajena de la otra chica el día anterior y resoplaba como cansado de Alicia. Es que a leguas se ve que Alicia debe ser una JJ (Jefa Jodida).
Los días siguientes, el tema de la alfombra seguía en el aire, pero ya se había instalado otro de un equipo que funcionaba mal y tenían que verlo de la garantía y Alicia continuaba diciendo que nunca antes en la vida le había pasado. Se ve que en esos días a Alicia le pasaron cosas que nunca antes le habían pasado y yo las escuché todas juntas o quizás sea que Alicia sea un poco tremendista.
Lo cierto es que Alicia será médica kinesióloga pero se la pasa hablando por teléfono, mandoneando a los empleados, retándolos a cada rato delante de todos y yo temo por su vida. Porque la última vez que estuve en su consultorio la persona que me había tocado ese día también hizo caras como las otras dos, pero ésta, en lugar de no emitir sonido, o resoplar, dijo entre dientes “Alicia me tenés las bolas llenas, en cualquier momento te doy con el electrodo por el…” me pareció un poco fuerte reproducir lo que sigue, pero yo juro que lo escuché.
Fer (con bota ortopédica aún)      

miércoles, 20 de febrero de 2013

El regreso de la Lic. ElizabeTH

Les dejo el Link del video de la Licenciada Elizabeth para que lo disfruten. Sea Ud. siempre bienvenida Licenciada!!!!

http://www.youtube.com/watch?v=cFtAccRwcXU

lunes, 18 de febrero de 2013

Por eso corre, corre, corre corazón ...


Yo no sabía que el corazón pudiera latir con tanta fuerza. O sí, porque muchas veces lo sentí a todo galope, pero no sabía que pudiera latir con tal intensidad por eso.
Quizás porque nunca lo había experimentado, quizás porque nunca imaginé que fuese a suceder. Pero lo cierto fue, que mi debut al volante en plena ruta patagónica, significó para mí una muestra gratis (o no tanto) de lo que somos como sociedad, un cachetazo de cara a la realidad.
Ya saben, los que me conocen, que manejar para mí siempre fue un acto heroico, me creía incapaz de lograrlo hasta que me lo propuse y si bien para algunos puede ser considerado una nimiedad frente a las grandes hazañas del universo, para mí haber obtenido el registro fue el ejemplo más tangible de la relación entre las palabras querer y poder. De eso ya han pasado varios años.
Durante este tiempo mi experiencia fue urbana, nada extraordinario. Pero este verano, cambié (sin más opción que un sí como respuesta), mi cómodo lugar de copiloto por el de piloto, dejando las ojotas en el bolso y calzándome zapatillas que se ajustasen a la situación: por primera vez en mi vida iba a manejar en ruta.
Fui al baño, y con todos mis temores a cuestas, me puse frente a frente a mi pequeña Lara y le dije: “hija, ésta va a ser la primera vez que mamá va a manejar en ruta y necesito estar tranquila, así que por favor te pido co la bo ra ción”. Ella me miró, cómplice y me dijo que iba a portarse bien.
Subí al auto, volante en mano y arranqué. El primer monstruo con el que me crucé era un camión que cargaba troncos que a su vez, los parantes para que éstos no se cayeran, eran otros troncos, y daba la impresión de que en cualquier momento se vendrían encima de nosotros. Entonces  aceleré, y en ese mismísimo instante tuc tuc tuc tuc tuc sentí cómo el corazón me latía con fuerza, decidido a dejarme sin aliento. Seguí acelerando hasta pasar el monstruo, su carga y mis miedos y de nuevo a la paz del horizonte infinito que duraría apenas unos minutos.
En esos kilómetros que transcurrieron más o menos al mismo ritmo, planicie, acelere, planicie, pude observar no sólo el mal estado de la ruta, sino la soberbia humana de creerse indestructible. Las camionetas enormes y modernas nos pasaban como flechas, aún sin la certeza de saber si llegarían a calcular la distancia del vehículo que venía de frente. Más de una vez tuve que bajar la velocidad para hacerles lugar y lamenté enormemente el hecho de ir tan de prisa, vaya a saber por qué motivos.
Estaban también los buenos, los respetuosos y los solidarios. Pero son los otros los que producen los desastres, arrastrando con maniobras imprudentes a quienes no están corriendo ninguna carrera contra el tiempo.
No quiero, aunque bien podría, hacer una campaña de concientización de manejo responsable, pero quizás el hecho de haber sufrido un accidente en plenas vacaciones en El Bolsón, por culpa de una irresponsable, fue lo que me motivó a escribir estas líneas. Pero la ruta, ahora lo entendí, es como la vida: hay que saber esperar, dar paso, estar atentos, ser precavidos, observar y sobre todas las cosas, respetar.
Ojalá todos entendiéramos el manejo en estos términos.

F. (de Fangio)

jueves, 27 de diciembre de 2012

Mala Pata


Yo sentí el crack crunch crack; sentí el dolor inmediato al sonido, como el trueno le sigue al rayo. Elegí enderezarme, digna, pero debería haberme quedado desparramada en el piso, como la ley de gravedad lo indicaba.  Saludé a todos y partí, con una renguera mal disimulada hacia el auto. Y ahí quedé con toda mi humanidad al descubierto, llorando de dolor con Wolski y la noche como únicos testigos de mi eterna torpeza.

No podía cargarle al hielo la inmensa tarea de arreglar mis huesos, pero lo hice. Por bronca, por cansancio, por fiaca. Y puse en penitencia a mis zapatos insolentes, que ni siquiera eran tan altos.

El dolor me dijo buenos días imbécil y yo, obediente, me desperté no pudiendo pisar; entonces dejé de postergar lo impostergable y me dirigí hacia la guardia de traumatología, lugar donde debería haber estado horas antes y no estuve por las mencionadas razones.

Lo que siguió fueron placas de pie y tobillo, que diagnosticaron un señor esguince actual y otro mal curado de mis años mozos, el cual recuerdo a la perfección. De ahí a la bota ortopédica directo y de la bota al peligro de muerte constante.

Durante las primeras dos semanas de las tres que tenía indicada usarla, mi rutina no se alteró, cumplí con mis tareas laborales y maternales como siempre, con la salvedad de que si una tortuga me jugaba carrera, me ganaba por afano.

En ese tiempo no sólo comprobé la incomodidad de caminar con esa cosa de plástico rígido, sino que además, descubrí que es una total amenaza para los días de lluvia. Su suela de goma eva, completamente lisa, puso mi vida en riesgo más de una vez. Ahí es cuando entendí esa famosa frase “a veces es peor el remedio que la enfermedad”. Me pareció increíble que no la fabriquen con antideslizantes. O por lo menos ésa, que tenía yo, no los tuviese. Porque después vi la tapa de una revista con la modelo Paula Chávez, quien había corrido mi misma suerte, con una bota súper top, como ella, divina, con el velcro impecable, y no sé si hasta con tacos, que seguramente tenía un microchip que le refrigeraba la zona dañada J.

Poquito a poco voy amigándome conmigo, me perdono por tropezarme hasta con el aire (porque para los que no saben, el aire hace tropezar), me consuelo diciéndome que pronto dejará de doler, me convenzo de las bondades de la kinesiología y me encomiendo a los ángeles de la guarda, para que la próxima vez, pongan más atención en evitar el desastre.

 

Fer (es guinzada)