sábado, 21 de enero de 2012

Al Infinito y más allá!


Apenas subí, en ese mismo instante creo, o quizás mientras pisaba los peldaños para entrar, recordé todo; los recuerdos que siempre recuerdo, los olvidados, los adormecidos … tuve que sentarme un rato para disfrutarlos, para alargarlos, para que se quedaran un poquito más conmigo, para no quedarme sola otra vez.

Recordé el viento en la cara, el calor, el frío, las líneas blancas en la ruta infinita; recordé el nesquik haciendo equilibrio en mi vaso, en nuestros vasos, la habilidad de mi mamá para cebar esos mates que aún no tomábamos y dárselos, sorteando pozos y criaturas, a mi papá que manejaba con la vista fija en el horizonte.

Recordé a mis hermanos jugando y peleando, a mi hermana Erika cantando “quiero bife con puré/quiero bife con puré” durante siglos; los veinte mil cuánto falta, los veinte mil uno cuando se acerque aquel arbolito, ves? ahí habremos llegado; recordé también, los espejismos de agua, el asfalto caliente, la Patagonia desierta, personas haciendo dedo y mi papá parando a un costado para llevarlos (y justo ahí recordé a una parejita que nos robó toda la comida que teníamos guardada y pájaro que comió, voló).

Recordé la cama cucheta y la otra de más abajo que si sufrías un poco de claustrofobia, debías abstenerte; las risas y los llantos, la espera, la ansiedad, la alegría de estar todos juntos, en ese espacio reducido, compartiendo los días con sus noches, los paisajes y la hermosa sensación de viajar.

Leonardo Favio sonaba de fondo, pantalón cortito/bolsita de los recuerdos/pantalón cortito/con un solo tirador/ y yo cantaba todas sus canciones porque me gustaban y porque de tanto escucharlas, las había aprendido de memoria; recordé las estaciones de servicio y mis hermanos sosteniéndome para que no me volara, los guanacos, la escupida del guanaco, las ovejas y mi papá diciéndome (mintiéndome) que ya nos regalaría una para tenerla en casa.

Recordé la barcaza, el mareo, el Estrecho de Magallanes y las nutrias haciéndole carrera al mar; el Valle de Río Negro con sus uvas elegantes, sus manzanas al costado del camino, sus peras riquísimas y ese verde esmeralda que teñía todo el paisaje.

Recordé los recuerdos de otros, de mi hermana sacando el freno de mano y mi papá corriendo al lado para subirse y salvarle la vida ( y en la corrida, perder toda la plata del viaje), de la araña tarántula que vio mi hermana Cynthia que justo es aracnofóbica, de mi mamá contando que el primer viaje de Cynthia en el camión fue a sus veinte tres días de vida y recordé todas las anécdotas y cuentos e historias inventadas y agrandadas a fuerza de repetición.

Recordé todo eso y más y me vinieron unas ganas irrefrenables de partir.

Fer (me acuerdo que alumbrábamos a las libres con una linterna y se quedaban duras, pobrecitas)