viernes, 3 de septiembre de 2010

Con esa caja no te subo!

Llovía incesante -aún sigue lloviendo- sobre la mañana de Buenos Aires y ahí estábamos todos, intentando buscar nuestro milímetro cuadrado bajo el techo de la parada del colectivo; pasaron dos y no pararon, malditos desalmados.
Al rato (largo) vino otro que paró y yo bendije al chofer para mis adentros, como si fuera un acto de bondad y no su obligación, lo que estaba haciendo.
Mi agradecimiento hacia ese hombre duró unos doscientos metros, hasta la próxima parada, cuando comenzó a gritar, completamente sacado “con esa caja no te subo”; la destinataria de sus gritos era una mujer embarazada que llevaba una caja del tamaño de un cochecito de bebé; grande? Sí, un poco, pero nada que impidiera que pueda subir y llegar a destino.
El tipo estaba empecinado en no arrancar si la mujer en cuestión no se bajaba y la mujer estaba absolutamente convencida de que no lo haría. La situación se puso tensa, agresiva, lamentable.
Algunos pasajeros, también a los gritos, pedían que el colectivo arrancase e insultaban al chofer por hacerlos llegar tarde a sus trabajos; otros le pedían con calma que la llevara, que no le costaba nada y le preguntaban si no se daba cuenta acaso de que estaba embarazada.
Y en ese tira y afloje, la mujer seguía insistiendo, decía que ya había tomado un tren y un colectivo y que nadie le había hecho problemas; entonces recién ahí (y no por lo que ella decía, sino porque él así lo quiso), arrancó, fuerte y con bronca.
Ella se sentó, ubicó la caja en un costado y el viaje siguió como si nada.
La humillación me rebela, porque a pesar de todo, aún me cuesta entender por qué algunas personas se creen por encima de otras. En todos los órdenes de la vida; un poquito apenas de poder y zas!
El poder de manejar un colectivo, un club, un barrio, un municipio, una provincia, un país.
Y si para muestra basta un botón, aquí tienen el botón de lo que viví esta mañana.

Fer (sigue lloviendo/le sigue lloviendo al corazón)