Si no hubiese sido porque me
llamó, aún estaría durmiendo. La alarma del celular nunca sonó. Y nunca iba a
hacerlo, porque Matías lo llenó de baba y un golpe fatal terminó por acabar con
su vida electrónica. Fede lo revivió, luego de desarmarlo íntegro y yo nunca
configuré la fecha y la hora. Jamás iba a sonar a las 6.15 como estaba
programado porque la pantalla indicaba
20.35. De eso me di cuenta después.
Me vestí apurada, levanté a los nenes, luché contra el
sueño de Lari que todas las mañanas le hace la vida imposible y llamé al remis.
Mi acelere de microcentro, no
combinaba con la paz del barrio, que aún no había amanecido. Subimos al auto y
todo cambió por completo. El remisero, de ahora en más “DJ Remix”, me dijo un
buen día con una sonrisa amplia y generosa, subió el cochecito con esa misma
sonrisa (cosa rarísima en el rubro) y emprendimos el viaje a pura música.
Sonaba David Bisbal “Herederos de no sé qué” y DJ Remix cantaba como si
estuviese solo, o mejor aún, como si estuviese con el mismísimo David, cantando
a coro en el Luna Park. Magnífico. Lara
me miraba, con carita de pícara, como diciendo “mamá, no sabía que el viaje al
cole incluía recital” y Mati aplaudía feliz a DJ Remix, o eso supuse yo, porque
aplaudir aplaudía y después de todo, nosotros éramos su único público en cuerpo
presente.
Hicimos la primera parada en el
cole de Lara, me dejó justo en la puerta y camino al jardín de Mati pintaron
los ritmos latinos; ahí me di cuenta no sólo
de que cantaba, sino que además, subía y
bajaba los hombros, único movimiento posible en posición de manejo. Un grande.
Cuando llegamos a destino, bajó
el cochecito hasta la puerta del jardín y se fue bailando hacia el auto. Ídolo
absoluto.
Al final, el viaje me salió una
ganga… en dónde vas a pagar treinta pesos para que te lleven de un lado a otro,
con espera incluida y encima te brinden un show, amateur, sí, pero
sorprendentemente revitalizante?
De todas maneras, agradecí haberme bajado antes que llegase la
tanta del heavy metal.
Fer (ohh yeahhhhhhhhhhhhhhh)