Yo sentí el crack crunch crack;
sentí el dolor inmediato al sonido, como el trueno le sigue al rayo. Elegí
enderezarme, digna, pero debería haberme quedado desparramada en el piso, como
la ley de gravedad lo indicaba. Saludé a
todos y partí, con una renguera mal disimulada hacia el auto. Y ahí quedé con
toda mi humanidad al descubierto, llorando de dolor con Wolski y la noche como
únicos testigos de mi eterna torpeza.
No podía cargarle al hielo la
inmensa tarea de arreglar mis huesos, pero lo hice. Por bronca, por cansancio,
por fiaca. Y puse en penitencia a mis zapatos insolentes, que ni siquiera eran
tan altos.
El dolor me dijo buenos días
imbécil y yo, obediente, me desperté no pudiendo pisar; entonces dejé de
postergar lo impostergable y me dirigí hacia la guardia de traumatología, lugar
donde debería haber estado horas antes y no estuve por las mencionadas razones.
Lo que siguió fueron placas de
pie y tobillo, que diagnosticaron un señor esguince actual y otro mal curado de
mis años mozos, el cual recuerdo a la perfección. De ahí a la bota ortopédica directo
y de la bota al peligro de muerte constante.
Durante las primeras dos semanas
de las tres que tenía indicada usarla, mi rutina no se alteró, cumplí con mis
tareas laborales y maternales como siempre, con la salvedad de que si una
tortuga me jugaba carrera, me ganaba por afano.
En ese tiempo no sólo comprobé la
incomodidad de caminar con esa cosa de plástico rígido, sino que además,
descubrí que es una total amenaza para los días de lluvia. Su suela de goma
eva, completamente lisa, puso mi vida en riesgo más de una vez. Ahí es cuando
entendí esa famosa frase “a veces es peor el remedio que la enfermedad”. Me
pareció increíble que no la fabriquen con antideslizantes. O por lo menos ésa,
que tenía yo, no los tuviese. Porque después vi la tapa de una revista con la
modelo Paula Chávez, quien había corrido mi misma suerte, con una bota súper
top, como ella, divina, con el velcro impecable, y no sé si hasta con tacos,
que seguramente tenía un microchip que le refrigeraba la zona dañada J.
Poquito a poco voy amigándome
conmigo, me perdono por tropezarme hasta con el aire (porque para los que no
saben, el aire hace tropezar), me consuelo diciéndome que pronto dejará de doler,
me convenzo de las bondades de la kinesiología y me encomiendo a los ángeles de
la guarda, para que la próxima vez, pongan más atención en evitar el desastre.
Fer (es guinzada)