jueves, 27 de diciembre de 2012

Mala Pata


Yo sentí el crack crunch crack; sentí el dolor inmediato al sonido, como el trueno le sigue al rayo. Elegí enderezarme, digna, pero debería haberme quedado desparramada en el piso, como la ley de gravedad lo indicaba.  Saludé a todos y partí, con una renguera mal disimulada hacia el auto. Y ahí quedé con toda mi humanidad al descubierto, llorando de dolor con Wolski y la noche como únicos testigos de mi eterna torpeza.

No podía cargarle al hielo la inmensa tarea de arreglar mis huesos, pero lo hice. Por bronca, por cansancio, por fiaca. Y puse en penitencia a mis zapatos insolentes, que ni siquiera eran tan altos.

El dolor me dijo buenos días imbécil y yo, obediente, me desperté no pudiendo pisar; entonces dejé de postergar lo impostergable y me dirigí hacia la guardia de traumatología, lugar donde debería haber estado horas antes y no estuve por las mencionadas razones.

Lo que siguió fueron placas de pie y tobillo, que diagnosticaron un señor esguince actual y otro mal curado de mis años mozos, el cual recuerdo a la perfección. De ahí a la bota ortopédica directo y de la bota al peligro de muerte constante.

Durante las primeras dos semanas de las tres que tenía indicada usarla, mi rutina no se alteró, cumplí con mis tareas laborales y maternales como siempre, con la salvedad de que si una tortuga me jugaba carrera, me ganaba por afano.

En ese tiempo no sólo comprobé la incomodidad de caminar con esa cosa de plástico rígido, sino que además, descubrí que es una total amenaza para los días de lluvia. Su suela de goma eva, completamente lisa, puso mi vida en riesgo más de una vez. Ahí es cuando entendí esa famosa frase “a veces es peor el remedio que la enfermedad”. Me pareció increíble que no la fabriquen con antideslizantes. O por lo menos ésa, que tenía yo, no los tuviese. Porque después vi la tapa de una revista con la modelo Paula Chávez, quien había corrido mi misma suerte, con una bota súper top, como ella, divina, con el velcro impecable, y no sé si hasta con tacos, que seguramente tenía un microchip que le refrigeraba la zona dañada J.

Poquito a poco voy amigándome conmigo, me perdono por tropezarme hasta con el aire (porque para los que no saben, el aire hace tropezar), me consuelo diciéndome que pronto dejará de doler, me convenzo de las bondades de la kinesiología y me encomiendo a los ángeles de la guarda, para que la próxima vez, pongan más atención en evitar el desastre.

 

Fer (es guinzada)