miércoles, 14 de diciembre de 2011



“Caraaapaaachchchaaaaay… Carapachay… Muuuuuuuuunnnnnnnro… Flooooooooriiiiiida”, así fue el pequeño aprendiz, leyendo una a una las estaciones hasta llegar a destino.
Algunas eran difíciles, Aristóbulo del Valle le costó mucho, y la S de Scalabrini Ortiz, fue todo un tema, pero cada vez que lograba repetirlas de corrido, era una felicidad absoluta. Su mamá lo felicitaba orgullosa y él sonreía, con la boca llena de ventanitas.
Inmediatamente recordé cuando yo estaba transitando el mágico universo de comprender la palabra escrita, recuerdo el momento exacto en que todo dejó de parecerme un jeroglífico para transformarse en algo con sentido. Todo había tomado sentido a partir de ese después; los carteles en la calle, los cuentos, el diario, las cartas que le dictaba a mi mamá para enviársela a mi señorita de primer grado, no por chupamedias, sino porque nos habíamos mudado de planeta en plenas vacaciones de invierno y mi otra mitad había quedado entre los cerros tucumanos, y era imperioso para mí, que se enterara cuánto la extrañaba.
Entonces mi mamá escribía las cartas que yo no podía escribir, hasta que pude y nunca dejé de hacerlo. La escritura y la lectura fueron de la mano desde esa primera infancia, donde no existían los emails, ni los celulares, ni el Facebook; sólo el teléfono fijo que era caro y escaso.
Pero existía, como siempre, la distancia que se hace insoportable cuando uno es tan sentimental. Y gracias a eso, a la conjunción de lejanía y afectos, es que me he convertido en esto que soy ahora, una compulsiva lecto escritora. O algo así.
Amaba leer en voz alta, rogaba que la señorita me eligiera para hacerlo, sin equivocarme ni una sola vez; respetando a rajatabla las puntuaciones, diferenciando las pausas entre un punto y un punto y coma, dándole entonación a los textos… y cuando le pifiaba en algo, sentía que todo mi esfuerzo había sido en vano, y estaba segura de que mi error era la consecuencia de la fuerza mental que hacía mi compañero Hernán Brest para que me equivocase, porque él también leía muy bien y no quería que yo lo hiciera mejor.
Ahora sólo leo en voz alta los cuentos para que Lara se duerma, se los leo porque ella todavía no sabe hacerlo, porque la lectura es un placer que se transmite, porque yo adoraba cuando mi mamá lo hacía y porque sé, fervientemente, que ella lo disfruta tanto como yo.
Fer (Lo que más recuerdo de “Mujercitas” es que Beth murió de escarlatina)

1 comentario:

  1. Bueno pero para que superes tu trauma infantil, quedate tranquila que la escarlatina ya no es mortallllllllllll!!!!!!!!!!!

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