lunes, 8 de febrero de 2010

Aquel(los) Año(s) Dorado(s)


Me entregaron, sin pedirla, una tarjeta de crédito con un límite mucho más alto del que yo podría alguna vez gastar y con un color que nunca hubiese elegido: dorado.
Cuando consulté por el costo de renovación, la oficial de cuentas me dijo que estaba bonificado si gastaba más de mil pesos mensuales. Entonces comprendí que esa bonificación no me incluía y que las bondades del plástico durarían un año exacto. Ni más ni menos.
Un mes antes de que se cumpliera el plazo hice los deberes: di de baja la tarjeta. Y como aún no estaba vencida, podía continuar usándola hasta que expire.
Y un día expiró. Y el placer que me produjo romperla fue inenarrable.
Sentí como si mis fibras se rebelaran por completo contra el sistema capitalista de consumo masivo del cual yo arte y parte.
En los instantes que duraron esos dos tijeretazos fui feliz. No iba a tener más cuotas de cosas innecesarias, me liberaría de los resúmenes, de abrir todos los meses el sobre, de hacer cálculos mentales jugando con el cierre y de la fatalidad de caer en la tentación.
Y fue ahí, cuando un pensamiento más profundo vino a buscarme. Me pregunté si eso que estaba experimentando era real. Si sería capaz de vivir con lo básico, por simple elección. Y me adentré en la filosofía del consumo y del no consumo. De la necesidad del dinero. De trabajar a cambio de una paga. De la ley de la oferta y la demanda.
Y mi cabeza estalló. Se me enroscaron las ideas, se pelaron a muerte mis principios, le llegó una extensa carta documento a mis valores, por contradecirse en plena declaración testimonial.
Por un momento me imaginé sembrando mi huerta orgánica (como ya lo hice años atrás), sacando los huevos de mis gallinas ponedoras, cocinando pan casero, viendo crecer mis hijos lejos de la gran ciudad, corriendo libres por los verdes prados, sin rejas ni asfalto, con la felicidad que infunde la vida en contacto con la naturaleza.
Y mientras esa melodía sonaba en mi cabeza, el disco (qué antigua) se rayó y supe que todo eso era imposible.
Mi intento de huerta orgánica fracasó por culpa de las semillas truchas del Plan Pro Huertas de INTA; la única vez que intenté agarrar un huevo de una gallina, casi me arranca un dedo; y cocinar no es lo que mejor me sale. Un plan impracticable.
Al menos me di el gusto de pensarme en ese lugar unos minutos y soñar con lo que querría ser, pero no puedo. Una auténtica ironía.

Fer (confundida)

4 comentarios:

  1. No está mal vivir sin la necesidad de tener que depender del fucking dinero, del mercado y la demanda... ¿pero cómo haríamos asados? ¿de dónde sacaríamos ese teroso que es la carne vacuna o de cerdo? Lo mejor será mañana ganarnos el quini, ser los únicos ganadores de los 20.000.000 del pozo y decir: "¿Acaso mi plata no vale?"

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  2. Yo también hace un año que rompí mi tarjeta. Y si me quiero comprar algo y no me alcanza, me la aguanto!
    Pero a principio de mes, mi sueldo es mío; y no tengo que poner fortuna para eso que no me podía comprar y me lo compré igual.
    Fer...un beso!

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  3. Qué placer liberador el de ese tijeretazo!!!!! Hace unos días fui al Banco Santander, ya que me convocaron: yo había sido "seleccionado" para el nuevo paquete premium gold fantastic bancking etc...
    La dejé hablar a la minita, que se dirigía a mí como si estuviera ante la Fortabat (¿de dónde coño habrán tomado toda esa información errónea?). Una vez que terminó su speech, le expliqué que lo único que yo deseaba era cerrar la cuenta y que lo iba a hacer en ese mismo instante.
    Se quedó con las ganas de venderme todos esos "beneficios" y yo me fui con el comprobante del cierre de la cuenta y los 140 pesitos que me quedaban. ¡Qué barato sale ser feliz!

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  4. algun dia, la naturaleza nos pasara factura, y seremos simples incapacitados terrenales.

    PD: lo vi en una pelicula apocaliptica llamada Los Exterminator IV.

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