Las religiones siempre
despertaron mi interés. Y un verano más que siempre.
Estabámos con mis primas en
Cosquín, disfrutando de sus ríos, su sol y su bello folklore y divisamos, a lo
lejos, algo que contrastaba absolutamente con los shorts de baños, las bikinis,
el agua y todo el resto del decorado: unos chicos vestidos con una camisa blanca,
pantalón negro, corbata, zapatos (!), chapita identificadora en el bolsillo
izquierdo de la camisa que decía “Elder y un apellido”, una mochila negra colgada al hombro y anteojos de ver, no de sol
lo cual hubiese sido más oportuno.
Caminaban despacio, entre
resignados y contentos mientras hablaban en inglés. Eso me llamó la atención; estaba
claro que eran extranjeros. Se acercaron a nosotras y en español perfecto nos
preguntaron muy amablemente si queríamos hablar de Dios y mucho que el contexto
no daba, pero el que formuló la pregunta estaba buenísimo y la decisión fue
unánime: si, por supuesto que queríamos hablar de Dios, de Jesús, de María y de
todo lo que ellos quisieran. Ellos muy educados, muy correctos, muy
anglosajones nos contaron que eran mormones y que estaban misionando ahí, en
ese Valle de Punilla que ni sabían que existía en el mapa. Que cada misión
duraba dos años y que a eso dedicaban su vida, hasta que decidieran dedicarla a
otra cosa.
Nosotras los escuchamos con
atención, el sol bajó y como estábamos realmente interesadas en el asunto, fuimos
todos juntos caminando hacia nuestros destinos. Nos alegró saber que estaban
parando a la vuelta de la casa de mis abuelos y antes de despedirnos, nos
dieron una biblia chiquita y nos propusieron visitarnos al día siguiente.
No queríamos quedar como una
manga de babosas, por lo que procedimos a la lectura de unos pasajes, por si
daba la casualidad que nos pidieran algún comentario. Bueno, en verdad sólo una
de mis primas y yo lo hicimos, al resto no les importaba nada.
Llegó el día esperado y ahí
estaban ellos, tan prolijitos, lindos y respetuosos, porque antes de aceptar
nuestra invitación a entrar, nos preguntaron si estaban nuestros padres, a lo
que inmediatamente asentimos, sentando a mis abuelos en el sillón, haciéndolos
partícipes de la charla, que fluctuaba entre el interés por lo que decían, que
para ser sincera era casi nulo y el interés hacia los ojazos de unos de ellos
que para ser sincera era altísimo.
Cuando se fueron, agarrate
catalina! Mi abuelo Eloy se puso como loco, nos dijo que si estábamos dementes
en hacer entrar a espías norteamericanos a su casa, que lo único que querían
era obtener información para pasársela a la C.I.A. o algo así (buenísimo!); mi
abuela Haydeé, que aún no era budista, inmediatamente organizó una excursión a la
Parroquia más cercana y le dijo al pobre cura que nos haga entrar en razones;
nos hizo visitar una mujer que prendía velas y éstas quedaban con formas de
santos y no recuerdo bien si hasta nos hizo rezar dos Padre Nuestro, a modo de
penitencia.
El cura nos atendió en una
galería que daba de frente a las sierras y en un intento desesperado de
explicarnos en qué cosas encontrábamos a Dios, hizo un gesto con la mano, como
queriendo abarcar la naturaleza al mismo tiempo que decía “porque Dios es todo,
es el agua, la tierra, el sol…Dios es JÉL” Y aspiró tan fuerte la jota que
estallamos en una carcajada espantosa, que pobre tipo, no sólo se puso todo
rojo de bronca y vergüenza ajena, sino que comprendió que todo el tiempo
invertido en nosotras había sido en vano.
Lo que no entendían ni él ni mis
abuelos, era que no estábamos atravesando una crisis de fe ni nada que se le
parezca, sino que simplemente nos había encantando el “Elder Tyler” y el “Elder
Jones” y que todo lo otro, fue una gran pantalla religiosa.
Fer (espía norteña)
Muy bueno!!
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