Les dejo el Link del video de la Licenciada Elizabeth para que lo disfruten. Sea Ud. siempre bienvenida Licenciada!!!!
http://www.youtube.com/watch?v=cFtAccRwcXU
miércoles, 20 de febrero de 2013
lunes, 18 de febrero de 2013
Por eso corre, corre, corre corazón ...
Yo no sabía que el corazón
pudiera latir con tanta fuerza. O sí, porque muchas veces lo sentí a todo
galope, pero no sabía que pudiera latir con tal intensidad por eso.
Quizás porque nunca lo había
experimentado, quizás porque nunca imaginé que fuese a suceder. Pero lo cierto
fue, que mi debut al volante en plena ruta patagónica, significó para mí una
muestra gratis (o no tanto) de lo que somos como sociedad, un cachetazo de cara
a la realidad.
Ya saben, los que me conocen, que
manejar para mí siempre fue un acto heroico, me creía incapaz de lograrlo hasta
que me lo propuse y si bien para algunos puede ser considerado una nimiedad
frente a las grandes hazañas del universo, para mí haber obtenido el registro
fue el ejemplo más tangible de la relación entre las palabras querer y poder.
De eso ya han pasado varios años.
Durante este tiempo mi
experiencia fue urbana, nada extraordinario. Pero este verano, cambié (sin más
opción que un sí como respuesta), mi cómodo lugar de copiloto por el de piloto,
dejando las ojotas en el bolso y calzándome zapatillas que se ajustasen a la
situación: por primera vez en mi vida iba a manejar en ruta.
Fui al baño, y con todos mis
temores a cuestas, me puse frente a frente a mi pequeña Lara y le dije: “hija,
ésta va a ser la primera vez que mamá va a manejar en ruta y necesito estar
tranquila, así que por favor te pido co la bo ra ción”. Ella me miró, cómplice
y me dijo que iba a portarse bien.
Subí al auto, volante en mano y
arranqué. El primer monstruo con el que me crucé era un camión que cargaba
troncos que a su vez, los parantes para que éstos no se cayeran, eran otros
troncos, y daba la impresión de que en cualquier momento se vendrían encima de
nosotros. Entonces aceleré, y en ese mismísimo
instante tuc tuc tuc tuc tuc sentí cómo el corazón me latía con fuerza,
decidido a dejarme sin aliento. Seguí acelerando hasta pasar el monstruo, su
carga y mis miedos y de nuevo a la paz del horizonte infinito que duraría
apenas unos minutos.
En esos kilómetros que
transcurrieron más o menos al mismo ritmo, planicie, acelere, planicie, pude
observar no sólo el mal estado de la ruta, sino la soberbia humana de creerse
indestructible. Las camionetas enormes y modernas nos pasaban como flechas, aún
sin la certeza de saber si llegarían a calcular la distancia del vehículo que
venía de frente. Más de una vez tuve que bajar la velocidad para hacerles lugar
y lamenté enormemente el hecho de ir tan de prisa, vaya a saber por qué
motivos.
Estaban también los buenos, los
respetuosos y los solidarios. Pero son los otros los que producen los
desastres, arrastrando con maniobras imprudentes a quienes no están corriendo
ninguna carrera contra el tiempo.
No quiero, aunque bien podría,
hacer una campaña de concientización de manejo responsable, pero quizás el
hecho de haber sufrido un accidente en plenas vacaciones en El Bolsón, por
culpa de una irresponsable, fue lo que me motivó a escribir estas líneas. Pero
la ruta, ahora lo entendí, es como la vida: hay que saber esperar, dar paso,
estar atentos, ser precavidos, observar y sobre todas las cosas, respetar.
Ojalá todos entendiéramos el
manejo en estos términos.
F. (de Fangio)
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