martes, 29 de noviembre de 2011

Eloy

Fuiste tan mío que tardaste en irte para no hacerme sufrir. Sabías que te extrañaría más que a nadie en el mundo y por eso me dejaste una eternidad de buenos recuerdos. Sos así de bueno. Y además, tenés la delicadeza de aparecerte en mis sueños para regalarme el placer de volver a verte y olerte y sentirte y abrazarte una y mil veces y decirte, como lo hacía siempre, que te quiero, que te quiero mucho.
Te escribí un poema, hace tantos años, que lo leo hoy y me da risa mi prosa infantil, las palabras buscadas para que rimen, la sintaxis desprolija... y me enternece saber que los sentimientos eran verdaderos, mucho más allá de la gramática incoherente.
Hoy, ni sé por qué, quise escribirte esto, sin tristeza ni melancolía, porque tus recuerdos son bellos, porque fui feliz mientras te tuve, porque aun habiendo partido, te siento cerca mío, querido abuelo.
Te quiero, te quiero mucho.

Fer, sin paréntesis hoy.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Infieles

Historia de infidelidades debe haber millones. Pero deben ser pocos los que quieran que esas historias trasciendan el ámbito de lo privado. Excepciones, diría yo. Y como para muestra basta un botón (¿?), esto que voy a contarles es una de ellas.
Ella en persona me pidió que escribiera su historia, como si la necesidad de contarlo fuese mucho mayor que el riesgo de hacerlo. ¿Cómo iba a negarme?
Camila es infiel. Hace años que lo es y me lo dice con una frescura que asombra. Además de ser infiel es peluquera a domicilio y la conocí cuando decidí alisarme el cabello para que mi peluca no anduviese como loca entre las olas y el viento sucundum sucundum.
Viste al que le dije mi amor? Bueno, ese es mi marido. Pero ahora tengo… dos, tres…cinco amantes. Así, sin introducción, sin preguntas, sin nada que motivase tremenda confesión fue como me lo dijo. Yo estaba tapándome la boca, a punto de morir intoxicada por el olor que despiden esos productos y a ella, en cambio, se la veía tan tranquila.
Ah, mirá vos… y cómo te las arreglás con tantos? Debe ser agotador en todo sentido, no? “No, para nada. Tengo todo organizado. Cuando le digo que la voy a peinar a Moria Casán (me reí mucho cuando me contó eso, nunca había escuchado una excusa tan original), me encuentro con tal, cuando digo que voy al recital de Luis Miguel, me voy con tal otro y así me las arreglo. Bien, hasta ahora nadie se enteró de nada”.
Y yo pensaba, sin juzgarla (quién soy yo ni nadie para hacerlo) que algo tendría que haber pasado en esa mujer para que haya tenido esa necesidad, de tener no uno, sino cinco hombres a quien complacer y por quienes ser complacida.
Y ella despejó mis supuestos de un plumazo. Contundente y directo al punto. Yo comencé a ser infiel cuando adelgacé setenta y cinco kilos o 75 así en números para que sea más gráfico. Y empecé a sentir que gustaba, que me miraban, que me decían cosas lindas por la calle. Que ya no era “la gorda”.
Y ahí entendí todo. Situándome al margen de los acontecimientos supe que Camila, al sacarse todos esos kilos de encima, también se sacó pudores, miedos, complejos y vaya a saber cuántas cosas más y que, quizás, por primera vez en su vida, se sintió mujer.
Algunos (muchos) parecen estar dispuestos a desafiar los códigos de nuestra sociedad monógama. No digo que esté bien, tampoco me parece mal. Digo que quizás haya que sacarse la careta de esta impostura de pensar que todos somos el uno para el otro. Papá, mamá, nena, nene…familia tipo, ideas políticamente correctas, hablar en voz baja para que el de al lado no escuche lo enojados que estamos, sonrisas impuestas, frases hechas, cordialidades de fin de siglo. No hablo sólo de la fidelidad o de su opuesto sólo en el sentido de pareja. Hablo se serle fieles o infieles a lo que nos parezca que vale la pena. A aquello que tenga sentido para uno, aunque eso no sea compartido con los demás. Porque a veces, paradójicamente, en la infidelidades, están las fidelidades más sinceras.

Igual mi amor, no te alarmes, lo nuestro es para toda la vida…

Fer (polémica)

jueves, 10 de noviembre de 2011

Crecer a veces duele



Mati, mi bebé de ocho meses, cortó su primer diente. Fue de un instante al otro, aunque parezca increíble. Puse mi dedo (maldita costumbre) en su encía hinchada y molesta y nada… segundos después su tía María me daba la noticia, asombrada.
Mati está creciendo, entre risas y carcajadas y mocos y tos, y nebulizaciones y más tos y vómitos, y más risas y más carcajadas, con su único diente como habitante en esa boquita de caramelo que dan ganas de comérselo todo.
Y Larita, mi otro bebé grande, también está creciendo entre planteos asombrosos y caras de películas y llantos y risas contagiosas y su eterno amor por sus primos, pero no lo puede tolerar. No puede tolerar crecer, crecer ella sola y que su hermano siga siendo un bebé, “cómo puede ser mamá que Matías no crezca?!”, claro, es tremendo. Inadmisible.
De ahí sus caprichos, sus gritos que imitan a los de su hermano, sus “Matías es feo/Matías es feo” como un himno entonado con ganas, sus deseos de empujarlo y enviarlo a un sitio donde desaparezca de su vista. Y ella, amor de mi vida, que a los cuatro meses ya tenía dos señores incisivos centrales, me dice con toda seguridad “me duele la boca porque me está saliendo un diente” y yo, sin saber si hago bien, no la contradigo, le hago masajitos y la mimo porque entiendo su amor expresado en esos términos, porque sé que se le ha partido el corazón con la llegada de ese bebote precioso y aún no sabe cómo solucionarlo, y por sobre todas las cosas porque yo también fui la más chiquita, la más mimada, la más todo, hasta que dejé de serlo cuando llegó mi querida hermanita María Belén!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!


Fer (te dejaron bajo la mesa, así me decían los muy chotos)