lunes, 26 de abril de 2010

Si!esta


No tengo dudas de que mi amor maduro por la siesta tiene su origen en haber nacido en el Norte de la Argentina, más precisamente en Tucumán, donde el tiempo se para a las 13 horas y arranca nuevamente a las 16 o un poco más tarde quizás, dependiendo de la estación del año.
En verano, cuando la temperatura asciende los 45º es imposible andar bajo el sol en esos horarios y de ahí la necesidad de resguardarse unas horas, para retomar las tareas cuando el calor no es tan agobiante.
Recuerdo que mi mamá escondía la llave de la puerta bajo su almohada, mientras ella dormía, para impedir que bajásemos a jugar y se ve que cada madre tenía una táctica diferente (o tal vez la misma) para evitar la huida, porque ninguno de nuestros amigos salía durante esas horas. La espera se hacía eterna; nuestro reloj infantil no concebía la idea de dormir si no era exclusivamente de noche. Y era una fiesta cuando al fin se despertaba y se encendía la luz verde para salir a jugar.
Hoy, cuando la siesta pasó a ser un milagro de algunos sábados, es cuando más añoro esos años primeros, esa media luz que invitaba,sin lograrlo, a que cerrásemos los ojos.
Y es hoy también cuando disfruto más que nunca meterme en la cama, tipo tres de la tarde, tapada hasta el cuello, abrazada a Larita y despertarme luego de dos o tres horas y decir con todo el placer del universo: qué siesta nos hicimos cucuzí!

Fer (zzzzzzzzzzzzzzzzzzzz)

viernes, 16 de abril de 2010

Pura estrategia de marketing


El jardín donde va mi hija tiene unas grietas en la pared que necesitan ser reparadas con urgencia, aunque este término tiene otra acepción para las autoridades competentes de la Municipalidad de Vicente López, quienes se tomaron cinco preciados años para destinar los fondos a tal fin; lo que produjo como consecuencia inmediata, la mudanza al Templo Evangélico donde intentarán desarrollar las actividades con la mayor normalidad posible.
Lo que me lleva a pensar que todo esto no es más que una vil estrategia de marketing del Pastor Giménez en conjunto con el Intendente del mencionado partido…es tan obvia su participación que me cuesta creer que nadie lo haya notado antes que yo. Lo veo con tanta claridad, con tanta nitidez que me asusta.
La grieta es el foco desencadenante para sus negocios, nada más; es la mecha de la dinamita a punto de estallar, la luz al final de túnel. No lo ven así ustedes también?
Es simple: El Templo existía con anterioridad al jardín, el jardín oh, casualidad! se construyó en una casa abandonada en la otra cuadra del templo y si bien las grietas existen por algún error en los cimientos, era lo que estaban necesitando que sucediera para trasladar a todos los nenes, maestras, cocineras y colaboradoras al templo Evangélico y de esta manera, conseguir más fieles. Como es sabido, a ellos se les retiene un porcentaje fijo por mes de su sueldo, lo que se dividiría entres las partes involucradas. Más claro, echale agua oxigenada-
Me preocupa que a mi hija se le confundan los términos y me pida con cánticos religiosos ir al jardín, y a mi no me quede más opción que llevarla al Templo. Tengo miedo de que, una vez solucionado el problema de las grietas, no quiera regresar a su hermosa salita lila y se convierta en la primera niña Pastora del mundo.
Si, ya sé, piensan que exagero, pero ojo al piojo: no dicen que la religión es el opio de los pueblos? Ahí lo tienen!

Fer (…y las montañas se moverán!)

lunes, 5 de abril de 2010

The Rat-Man


Era la única mujer en una fábrica metalúrgica llena de hombres, hornos a todo vapor y ruidos ensordecedores de máquinas, herramientas y chicharras que anunciaban los horarios de entrada, almuerzo y salida. Sentía que estaba en plena revolución industrial, más que nada porque la última inversión que se había hecho en ese lugar databa de esa fecha. Muy retro la onda.
El día que llegaron los muchachos del Ministerio de Trabajo, supe que iba a estar todo mal. No fue una premonición, sino una obviedad absoluta: el 90% de los trabajadores estaban en negro.
Llamé a quien por entonces fuera mi jefe y le comenté la situación, con una calma chicha admirable. El tipo se puso como loco al grito de “escondelos, escondelos”, como si se tratara de cajas de cartón con contenido sospechoso.
Cómo “escondelos”? Sí, que se escondan. No dejes entrar a nadie hasta que no estén escondidos. Hasta ese instante, nunca había sentido la vergüenza ajena tan materializada.
Caminé despacio (para no resbalarme con la grasa del piso) el largo pasillo que separaba mi oficina del resto del lugar y le comenté al capataz la realidad de los hechos, y fue él quien se encargó de transmitir la idea del jefe rata.
Como todo gremio mas o menos fuerte, contaban con un delegado, quien saltó enseguida en defensa de sus compañeros “acá no se va a esconder nadie” “si tiene que pagar la multa que la pague, pero que los ponga en blanco”. A todo esto, la gente del Ministerio seguía afuera, impaciente.
Los empleados, asustados, le hicieron caso a la voz de mando y comenzaron a subir al techo, de a uno por vez. La mayoría era gente grande, hombres que desde hace 40 años trabajan ahí, desde antes que el jefe rata se quedara con la fábrica. Desde que la fábrica era de otro jefe rata, desde siempre.
Yo los veía subir y rogaba que alguien los estuviese viendo también y que todo haya sido un sinsentido. De repente lo veo a Torres (en las fábricas, no hay nombres, sólo apellidos) subir la escalera, apresurado; Usted no suba Torres, está en blanco, le grité para que me escuchara. Pero ya estaba arriba junto con los demás. Pobre Torres.
Cuando ingresaron los del Ministerio, el delegado mandó al frente al jefe rata, lo que confirmó lo que ellos estaban viendo desde afuera: una fila de gente grande trepando el techo. Le dieron diez días de plazo para regularizar la situación, sino tendría que pagar cinco mil pesos por persona en negro.
El jefe rata se puso furioso cuando se enteró del desenlace, pero no le quedó otra más que blanquearlos, muy a pesar de su voluntad.
Claro que el trabajo dignifica, pero qué bueno estaría que se den las condiciones, siempre y sin excepción, para que esa dignidad sea real y no mínima vital y móvil.

Fer (Compañeros!)